Si bien hemos aprendido que los
tiempos verbales expresan hechos pasados, presentes y futuros, ya en la década
del sesenta comenzó a discutirse esta cuestión.
A tal punto se revisó este tema
que se llegó a la conclusión de que “los tiempos verbales no expresan tiempo
sino que indican la orientación lingüística del hablante ante el mundo” (1).
¿Qué significaría eso entonces?
Significa que ese tiempo físico
reflejado tan fielmente en nuestros relojes tiene poco que ver con los tiempos verbales
que tal vez fueron causa de aburrimiento en muchas clases de lengua. Veamos un
ejemplo cotidiano al respecto: alguien está realizando una caminata de rutina
por la plaza del barrio, un conocido se le acerca a saludarlo y el primero
agrega: “no sabés lo que caminé hoy” mientras continúa prontamente con su
ejercicio.
Dado que la acción de caminar es
simultánea a la de la enunciación (de hecho queda actualizado con el adverbio “hoy”)
¿por qué sin embargo se utilizó el tiempo verbal en pretérito perfecto simple
que connota una acción realizada y terminada en el pasado?
Este simple hecho corrobora lo
dicho al principio: la temporalidad de nuestra existencia física no siempre
queda en total correspondencia con los tiempos verbales o acaso ¿no hemos leído
muchas historias de hechos que ocurrieron en el pasado y sin embargo hacer uso
del tiempo presente?
Así, el estudio de este tipo de
cuestiones dio lugar a dos formas de contenido: el llamado “mundo comentado”,
por un lado, y “el mundo narrado” por el otro. El primero exige un
comportamiento más subjetivo e inmediato y es por eso que posee una mayor
relación con el tiempo presente. Aquí podríamos ubicar géneros discursivos como
la lírica, el drama, la biografía, la crítica, el ensayo filosófico, etc.
En cambio, el “mundo narrado”
refleja más bien una situación comunicativa que supone distancia y, por lo
tanto, un comportamiento más objetivo y por eso más vinculado al pretérito. Aquí
podrían concebirse el cuento y al novela haciendo la salvedad de que habría que
extraer las partes dialogadas (que teóricamente cabrían en el antes mencionado “mundo
comentado”).
Por consiguiente, debemos
enfatizar que la lengua marca, en este punto, una información relativa a dos
tipos de conducta (la del comentario y la de la narración) a partir de dos grupos
de tiempos verbales que podría sistematizarse así:
TIEMPOS
VERBALES DEL MUNDO DISCURSIVO COMENTADO
|
TIEMPOS
VERBALES DEL MUNDO DISCURSIVO NARRADO
|
Presente (“vivo”)
Pret. Perf. Comp. (“he vivido”)
Futuro (“Habré vivido”/ “viviré”/ “voy a vivir”)
Frase (“Estar viviendo”)
|
Pret.
perf. simple (“vivió”)
Pret.
imperf. (“vivía”)
“había vivido”/ “iba a vivir/ “acababa de vivir”/
“hubo vivido”
|
Se relacionan con el devenir
|
Mantienen separados al narrador del devenir de
los hechos
|
La realidad (y el uso) hacen que
este esquemático cuadro pueda ser cuestionado ya que de hecho, cuando un
historiador señala que “Rosas recibe las Facultades Extraordinarias” está
narrando acontecimientos de un pasado alejado en presente (tiempo de
comentario). O bien, de otro modo, cuando una persona ingresa en una tienda si
el vendedor pregunta “qué deseaba usted” está empleando el pretérito imperfecto
de la narración cuando en verdad no está contando nada.
En ambos casos (y en muchos otros
que no han sido mencionados) es factible que esa transgresión o apartamiento de
la norma tiene que ver con un matiz estilístico o metafórico. En los ejemplos
citados, el hecho de utilizar el presente histórico para referirse a un
acontecimiento ocurrido en el siglo XIX cumple el efecto de situar al lector en
un tiempo existencial como si estuviera pasando y, por lo tanto, crear mayor
expectativa a tal punto de ponerlo en situación de tomar partido y evaluar el
hecho (recordar que los tiempos del presente se relacionan con el mundo
comentado y así con una mayor carga de subjetividad).
Por otro lado, cuando el vendedor
utiliza el pretérito en una situación del devenir (que exigiría presente) lo
hace con un matiz de cortesía, precisamente porque usando el pretérito le quita
la inmediatez al diálogo y pone mayor distancia.
Hasta aquí tenemos la sensación
que desde el punto de vista normativo queda todo felizmente explicado y
justificado. Sin embargo, cuando de textos literarios se trata, sabremos que
los tiempos no se ceñirán tan fácilmente al corsé de la teoría. De eso se trata
el efecto estético: romper normas.
¿Qué se espera de los tiempos
verbales en un cuento?
Siguiendo a Wenrich (2) en los
cuentos se suelen distinguir acciones primarias y acciones secundarias. Las
primarias son las que aparecen en un primer plano, generalmente en pretérito
perfecto simple porque son las acciones que narran.
Las secundarias, por su parte,
son las que se encuentran en un segundo plano o plano de fondo y suelen
aparecer en proposiciones subordinadas o en pretérito imperfecto, tiempo verbal
asociado al comentario.
Por ejemplo, en una oración del
tipo “mientras pensaba ansiosamente en
aquellos papeles y en su hijo, una sombra pronunció su nombre detrás de la
pared” la acción de pensar está en un segundo plano frente a la de
pronunciar el nombre.
Lo que hará permanentemente el
narrador es poner en relieve las distintas acciones.
Sin embargo, es muy escuchado
señalar que el pretérito imperfecto da la idea de una acción más duradera y la
del perfecto simple, de una acción más puntual y concluida. Tal vez en el
ejemplo anterior podríamos afirmar que esto es así, ya que la acción de pensar
parece ser más larga e incluso interrumpida por la voz de la sombra.
Sin embargo, sabiendo que en la
literatura todos los mecanismos de expresión se ponen al servicio de distintos
efectos estilísticos, el uso de un imperfecto puede emplearse, según el
contexto, para frenar una historia, crear demora, quebrar un relato, etc.
Y en este punto no hay que
olvidar que la elección de un tiempo verbal tiene que ver también con el
aspecto verbal: si las acciones son imperfectivas (la acción se mantiene y no
necesita terminar para ser completa) como en ver, oír, saber o si son perfectivas (la acción no puede terminarse
si no se completa) como en salir, morir,
nacer. Las primeras se asocian necesariamente al imperfecto y las segundas,
al perfecto simple.
El hecho del aspecto verbal es
importante en la medida en que si el narrador dice: “Ignacio nació en Perú en el año 1825, cincuenta años después una
batalla lo convertía en héroe”, según lo expuesto anteriormente, el
nacimiento debería estar en el primer plano y la batalla, en el segundo. ¿Por
qué? Porque nacer está en pretérito
perfecto simple y convertir en
pretérito imperfecto.
Sin embargo, que el narrador haya
optado por esos tiempos verbales es porque el primer verbo es perfectivo y el
segundo imperfectivo y exigen, siendo así, esos tipos de verbos.
En suma, el análisis de los
tiempos verbales en un cuento moderno es bastante más complejo que la teoría.
Lo que sí sabemos es que el narrador siempre cuenta con la libertad de usarlos
a su criterio en función a un determinado efecto.
Si hubiera dicho que “(a Ignacio)
una batalla lo convirtió en héroe” no estaría diciendo lo mismo, ya que aquí la
acción parece ser más puntual, como si tuviera un efecto de dardo para el
lector, suena como un hecho trascendental que le da otro relieve.
2)
Op. Cit. (1979; 290)